miércoles, 30 de septiembre de 2009

El amigo pescador II

Si usted me hizo el favor de leer esta columna hace un par de semanas, seguramente recordará la historia de mi amigo el pescador de Rosarito y su lenguado.
La resumo: conocí a Braulio, un hombre ya mayor, caminando un domingo en el muelle de Rosarito. Él iba a pescar, pero dudaba pescar algo. Yo le aseguré, sin saber porqué, que ese día “iba a pescar”, y por la tarde me llamó por teléfono para contarme feliz que efectivamente por primera vez, había pescado un lenguado; un fabuloso pescado de poco más de 4 kilos que lo hizo muy feliz, y a mi también.
Mi reflexión ese día fue cuántas veces hacemos que las cosas nos salgan mal, porque nosotros mismos nos ponemos freno.
¿Por qué retomo nuevamente el tema de mi amigo pescador?
Porque es una historia que me siguió dando, por lo menos hasta el jueves de la semana pasada, y ya no dudo que me dé más en el futuro.
Yo pensaba que con l eufórica llamada telefónica celebrando la pesca del lenguado había terminado mi relación con Braulio, pero no.
Un par de días después me llamo para ofrecerme parte de un ceviche (seguramente un gran ceviche) que había preparado con su ya famoso lenguado.
Le agradecí y le pedí que, en lugar de regalarme ceviche, me enseñara a pescar en el muelle de Rosarito. Y fue así como volvimos a vernos para que yo, un inmigrante del Altiplano Central, donde no hay mar ni presas, tomara mis primeras lecciones de pesca.
Me enseñó entonces Braulio que pescar no es simplemente tirar al mar un anzuelo con carnada; se es verdadero pescador cuando primero se pesca la carnada; peces pequeños que pican atraídos por unas falsas moscas artificiales. Esos peces, aún vivos, se enganchan en un anzuelo mayor sujeto a una plomada que va a dar hasta el fondo del mar, dando cierta cantidad de maniobra a la carnada viva, de tal forma que los peces mayores (el lenguado por ejemplo) los confunden con peces heridos y entonces se los comen picando en el anzuelo.
Aquel día, además de enseñarme a pescar, Braulio me contó un poco de la historia de su vida; un brillante ingeniero que ocupó posiciones importantes en Petroleros Mexicanos y en el Instituto Mexicano del Petróleo, y que renunció a ellas por seguir a una mujer, de la que estuvo profundamente enamorado, y que al final le jugó chueco dejándolo solo y sin los privilegios de ser pensionado ni de PEMEX ni del IMP.
Ahora, acompañado de su hijo Fernando, Braulio vivía en Rosarito, y había conocido hace un par de años a una mujer de Mexicali, de quien se había enamorado profundamente, pero que había emigrado a otra frontera, Nuevo Laredo, en Tamaulipas, y Braulio esperaba alcanzarla hasta allá muy pronto.
La semana pasada Braulio me llamó para informarme que finalmente iba detrás de aquella mujer; que se iba a Nuevo Laredo. Un hombre de mas de setenta años detrás de una pasión amorosa; bendito loco (con todo respeto) que en pleno arranque del siglo veintiuno comete la solitaria insensatez de enamorarse.
Pensé que no lo volvería a ver porque él tomaba un avión el jueves muy temprano para abandonar Tijuana.
El mismo jueves, pero hasta la medianoche, yo tenía que viajar a la Ciudad de México, y cuál no fu mi sorpresa al encontrarme en la fila del mismo avión a Braulio, que tan incrédulo como yo me dio un abrazo de “mejores amigos”. Lo había dejado el avión de la mañana y sólo había encontrado lugar en otro hasta altas horas de la noche: el mismo en el que yo viajaba. Y gracias a ello pude volver a encontrarle, tomarnos un café y redescubrir que la vida nos demuestra a cada instante que lo mas importante, al margen de cualquier cosa, son los afectos.
Eso es lo que nos da.
Hoy tengo dos cosas que agradecer a mi amigo Braulio el pescador del muelle de Rosarito; una: su caña que me dejó como una herencia o un testimonio de nuestra amistad (y que seguramente usaré con gran entusiasmo), y la otra: su afecto, aunque no vuelva a saber de él.
Y no dude usted; quien sabe cómo, que volveremos a encontrarnos y entonces tendré la oportunidad de compartirlo con usted en estas paginas.

Colofón: Una reflexión sobre política. Que pena que cambiaran tantas cosas para que nada cambiara.
El gobierno de Felipe Calderón, en el mas puro estilo de los gobiernos priístas, rompe su principal promesa de de campaña, “no subir los impuestos”, y además recurre en la televisión la prensa y la radio a los mensajes huecos y demagógicos del pasado, creyendo que así explica lo que es inexplicable.

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