martes, 11 de agosto de 2009



Para lo bueno y lo malo Tijuana es una ciudad muy intensa. Bien dicen sus habitantes que es “un animal diferente”, y lo que ocurre aquí es por cierto muy distinto a lo que sucede en otras grandes ciudades (de) México, aunque en apariencia sea similar.
Un buen ejemplo en la forma de manejar; en Tijuana sentarse detrás del volante de un automóvil resulta toda una aventura.

En primer lugar, y aunque no existen indicadores precisos al respecto, estoy seguro que Tijuana es la ciudad con más automóviles percápita del país; la enorme facilidad para conseguir un carro de desecho de Estados Unidos provoca que encontremos verdaderas gangas en el mercado de autos usados. Legales o ilegales, modelos con 10 o 15 años de antigüedad, muchos de ellos en las condiciones mínimas para moverse sobre el pavimento, inundan las calles, colonias y barrios de esta ciudad.

Además, hay que reconocer que en Tijuana los mecánicos son verdaderos magos porque hacen circular las máquinas que en cualquier otro lugar serían parte de un museo, de los famosos yonkes o de los cementerios de automóviles.

Esto obviamente tiene enormes ventajas; prácticamente cualquier persona se puede hacer de un automóvil y vemos entonces que burócratas, oficinistas, obreros, empleados en general, meseros, guardias, policías y hasta las mujeres del servicio tienen su propio automóvil para trasladarse a sus respectivos lugares de trabajo. La facilidad de llegar rápidamente a sus empleos genera un mercado interno muy dinámico que le gana a otras grandes ciudades las horas hombre que sus trabajadores gastan a requerir buena parte de su día en el transporte público.

Pero la gran cantidad de automóviles genera también problemas de falta de estacionamiento (esto es severo en Tijuana) y sobre todo en que la mayoría de los conductores sean “aventureros autodidactas” a quienes nadie les explicó ni las más mínimas reglas de convivencia entre los autos, lo que muchas ocasiones los vuelve impredecibles cuando circulan por las calles y avenidas, y en cualquier momento realizan maniobras que van en contra de la lógica de los demás automovilistas. El mejor ejemplo son las glorietas donde es muy común que el automóvil que circula hacia la derecha pretenda girar en la glorieta para dirigirse exactamente hacia la izquierda dejando con un palmo de narices a quienes pretenden seguir de frente.

Pero Tijuana tiene una enorme virtud; su vecindad con una ciudad como San Diego hace que aquí se maneje educadamente, se respeten los “altos”, el peatón tenga preferencia y al final de cuentas se maneje con cierta tranquilidad. Se pueden cometer muchos errores, que van en contra de los demás, pero no es con mucho comparable con el canibalismo o agandalle con que se maneja por ejemplo en la Ciudad de México, Guadalajara o Monterrey, donde queda claro que manejan muy bien pero hacen todo lo posible por perjudicar al automovilista de al lado.

Colofón: muchas gracias a todas las personas que amablemente me hicieron llegar su pésame por la muerte de mí tío Pablo Latapí Sarre; el fue uno de los grandes intelectuales de este país, el número uno en temas de educación, y un buen ser humano. Se le va a extrañar.

pablomexicano@live.com.mx

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